Abra las cicatrices de vez en cuando y extraiga una espina del tamaño de un gran recuerdo del pasado. Átelo dos veces a un cordel y sáquelo a pasear (se recomienda en un lugar fresco y seco, cerca de unos ritmos latidos, que acabaron sin músicos ni percusionistas) para que no olvide quién es usted y lo que esa herida significó.
Luego, en la paz de su casa dirá: "La espina ha crecido, Señor Narrador Puteante, y ya no entra de nuevo en mí". En ese momento proceda usted a llamar a su gato doméstico, perro, alimaña o monstruo de debajo de la cama, por supuesto, también doméstico o acogido a la pax romana y dele de comer aquel resto vetusto de usted mismo.
Llegó a usted, en ese esfuerzo por darse lástima en su curación acelerada, unas cuantas de fotitos pequeñitas con besitos y pamplinitas que en otros tiempecitos fueron preciositas. ¡Ay el amor diminutivo! Ya sabías que tu camino era un superlativo para tus superlativas ganas de amar. (NO. No voy a quitar esta mierda de frase ñoña).
Ahora mientras acaricia el monstruo devorador de los puntos que una vez le causaron un colapso sanguinolento, encontrará una paz sabiendo que el sistema digestivo de otro ser está triturando lo que a usted le costó un tiempo o dos tiempos o cientos de tiempos en expulsar y convertirlo en abono no no no. Pues eso. NO.
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