En una morgue abandonada a toda prisa, había una etiqueta atada a un dedo gordo del pie del último inquilino olvidado en la huida. Le habían mecanografiado un nombre y la causa del fallecimiento: "Corazón terrible que poseía cien mil latidos de distintas donantes. Muerte por sobredosis".
Arrastré el cuerpo a toda prisa. El lienzo actuaba como una telaraña. Saqué la imagen, a duras penas, por una ventana pintada en un cuadro próximo cuando dos transeúntes curiosos por la situación me preguntaron la hora. "Es hora de desaparecer" Buenos días, buenas noches, Mr. y Mrs. Kesington.
La versión oficial: Robé el cadáver, como se roban a diario, por ese digno pensamiento de que si no los echamos en el contenedor azul, no nos quedamos moralmente satisfechos.
La versión extraoficial: Se parecía tanto a mí que temí no volverme a ver delante de los espejos.
Arrastré el cuerpo a toda prisa. El lienzo actuaba como una telaraña. Saqué la imagen, a duras penas, por una ventana pintada en un cuadro próximo cuando dos transeúntes curiosos por la situación me preguntaron la hora. "Es hora de desaparecer" Buenos días, buenas noches, Mr. y Mrs. Kesington.
La versión oficial: Robé el cadáver, como se roban a diario, por ese digno pensamiento de que si no los echamos en el contenedor azul, no nos quedamos moralmente satisfechos.
La versión extraoficial: Se parecía tanto a mí que temí no volverme a ver delante de los espejos.
1 comentario:
Y Manuel pintó tu relato, años atrás para que nos lo encontráramos solo y frío como su cadáver, al que acompañan voces y miradas a diario de desconocidos boquiabiertos ante él. Ojalá y la suerte nos regale los latidos que nos maten, vengan de los donantes que vengan.
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