La vida se hace a base de decepciones hasta lo inaguantable, y es en ese importar-exportar todas las miradas que andan en las esquinas cuando uno se decide a querer.
Y sería gran cosa si uno decidiera amarse a uno mismo, pero comete el error de buscar la solución de sus frustraciones en otras personas.
¡Tristes todas las cuerdas que dominan la libertad! ¡Tristes y no suficientemente cortas!
Pongamos que uno abre una caja donde están a partes iguales sus aspiraciones o deseos y las carencias, el amor hace de aterciopelada funda que protege y quema, que da esplendor y oculta tras de sí la suciedad con la misma e interesada amnesia, la que se produce tras besar a alguien y entrar en el fragoroso terreno del no-retorno.
Pongamos que hoy mientras te da por recorrer esos lugares "especiales" que tiene toda ciudad que se precie, se te cae del bolsillo, emulando al Conde Montecristo, tu primer y único latido memorable, y como una espiral conduciendo borracha en un laberinto inabarcable, enloqueces buscándolo, levantando el pavimento, las faldas de las maniquies, y poco a poco cavas tu propia tumba sentimental. El amor ha conseguido enterrarte.
Ese amor brutal, agónico, fruto del choque entre dos lascas protohistóricas, no hace fuego, no sirve para calentar ni te dice que te quiere, sólo mantiene un inconstante desgaste, dependiendo del percutor y de las manos que otrora acariciaba las piedras, hoy las machaca y las extingue.
Ese jodido amor de caballeros sin armadura, sin profilácticos y que hacen el amor a pelo, volcando sus ideas en pollas y coños que lo dominan todo, y luego al volver la vista atrás te encuentras con una piel que antaño estaba rellena por ti y un papel explicativo a su lado que dice: "cuerpo sin magia recién pintado, por favor no pisar".
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