Ahuyentamos los besos como el vapor
cuando se condensa en el cristal
con las manos que nos percibieron
antes que fuésemos dos gotas de agua.
Y no hay noche que no eche de menos
nuestros suaves presentimientos
que nos hacían aventurarnos
hacia un doloroso final.
Confieso que detrás del móvil hubo silencios,
y palabras heridas y cobardes
que no hubo venganza pero sí dolor
que hubo tiempo pero también vacío.
Pero entonces no sabíamos escucharnos
ni sabíamos que el amor era miles de gotas
que se esparcían en la mampara
retenidas por un deseo inmarcesible.
Dejamos enfriarlo
dejó de envolvernos el vapor
que un día calentó un traje
hecho a medida para nuestra boca.
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