Pienso constantemente, mujer, en mis hijos de las pieles muertas (que no hijos plastificados) que de vez en cuando lanzo por los úteros gigantescos o redes de alcantarillado de esta ciudad eternamente falta de vida.
A veces pienso en su viaje, y preveo que en algún punto trágico, confluirán con los tuyos, también al 50%.
Esa concepción espontánea me dolerá justo en el bolígrafo o en el teclado, y que tú ese día has de sentir también una ausencia visceral.
Pienso en la soledad, en el desamparo absoluto en la que vendrán, poblado como debe de estar de intentos de felicidad efímera, de mi placer doloroso o de tu dolor triste.
Es tremendo intuir la posibilidad que siguiendo el rastro de sus hermanos muertos puedan encontrarnos y exigirnos desesperadamente sólo un beso de buenas noches.
Espero que lo hagan y huyamos los pre-padres fracasados. Que nos recluyan en la matriz de donde escapamos victoriosos de la guerra fratricida que es la concepción, y sólo podamos escapar cuando el desahogo de nuestros padres nos precipiten a la espiral que sobreviene al tirar de la cadena los once litros de agua hipnóticos que nos acompañan.
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