En estos días de frío cuando me voy al trabajo y echo las mantas en el lugar exacto donde antes depositaba mi cuerpo placenteramente, tengo la esperanza hasta media mañana de pensar que dejo la cama caliente por si regreso. Por si por alguna razón que maquino durante unas horas me permitiera regresar al lugar de paz y homenaje a mi mismo que más echo de menos durante los primeros momentos de la mañana.
Si la cama es una trampa y si en la cama suceden las cosas más humanas de la Humanidad, entonces esa es mi casa, sin duda. Yo que me acabo por acostumbrar al peligro y a las extrañas, que sepan todas que fueron bienvenidas en este rincón de mi Reforma Agraria que arranqué con saña al señorito Morfeo.
Torpemente recobro el conocimiento, torpemente hago las cosas que se me imponen, cuerpo moribundo, en esas horas impronunciables. He de confesar algo: "Mi cama me lleva a la felicidad instantánea". Es mejor que cualquier droga y tan potente como la que más. No hay que olvidar que al igual que los años nos acercan inexorablemente a la tierra sepulcral, las horas nos engatusan cansándonos con desproporción para cualquier intento de razonamiento o actividad extraescolar y podamos no dormir (demasiado). Esas horas, digo, nos conducen al rectángulo abismal, donde la individualidad se da el homenaje más provechoso todas las noches o días de nuestra vida. Buenas noches y buena suerte.
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