Advertencia para cualquier lector-reflector humano

La poesía no puede ser tu piedra angular
la poesía no podrá ser siquiera un poco de arena
la poesía quema o destruye la sangre cauta
la corrompida sangre la vuelve tinta
pintando con nuestra vida las hojas en blanco.
Por eso el miedo acecha mi cuerpo,
por eso mi teclado es la espada de Damocles
Así concibo los labios definitivos y rosas
de mis manos, de las caricias como espadas.
Así, brevemente, Reflector Humano
oía como me dictabas un deseo.

Bienvenida/o

denguecortos@hotmail.com

miércoles, 7 de enero de 2009

La infertilidad capicúa

En el país de las barbaridades los niños despluman pájaros al no haber margaritas. Me quie-re; no me quie-re. Los fruteros de las calles rezuman soledad de piezas, ennegrecidas las suyas, toda música es musa buscada. Hay ojos como losetas fijas que observan aterrorizadas cada uno de mis pesados pasos.

Así, como el buscador de fianzas sube la crisis con las botas llenas de billetes, se desplaza mi mente en espiral al punto de partida. Cuanto más marcho más vengo. Es la cruz de este círculo concéntrico. Aspiraba hace unos años a devolver la mirada al abismo, y él me observó, tal y como lo predijo Nietzsche. Me ha llamado dos veces a lo largo de los últimos días, uno por un suicidio colectivo de gafas de ver demasiado, y la otra ocasión me la tiene jurada para más adelante.

La niña de la piel muerta, vino a mí la primera vez completamente necesitada de la cordura fatídica, amenazante, de su hermano espectral. Apenas la contemplé deseé su vuelta a la vida, ya era demasiado tarde, estaba a punto de cerrar mis ojos. Suplicó, lloró, me mordió y dormí profundamente.

La batalla de los perros sin collar ya había pasado y yo estaba regado con la sangre de mi propia ideología. Muchos muertos llevo desde hace tiempo cabalgando sobre mis venas. Muchos rasgan su fosa para salir por mis ojos y otros tantos se depositan a mis pies camino de su casa. Yo quiero ayudarles a confeccionar sus recuerdos, entre tanta piedra y cal lacerantes.

Aquella pasta uniforme de voces que son mudas hasta donde llega mi criterio salvaron miles de best seller. Yo aposté por el que flotaba entre lágrimas y perdí. Pérdidas cicatrizadas son las muestras de obstinación de mis padres tratándome de decir que quizás alguna vez pueda ser yo. Yo odio la frase de ser alguien en la vida. Me ningunea. Y quizás no sea quien yo quisiera pero si me construyo o deconstruyo es asunto mío.

De las primeras barbaridades, hijo adoptivo de esta ciudad, fue creerme que el pasto cuando se quema es porque alguien deseó su destino, que cuando crece es porque alguien riega sus esperanzas o que cuando estalla es porque nadie acude en su ayuda cuando más falta le hizo que le cortaran su fertilidad.

Otras barbaridades, fueron concebir, fruto de la masturbación, la fecundación del tiempo. Mis niños de las pieles muertas son ubicuos. Luego todos vinieron a devorarme. Son insaciables, el amor lo pagan con la desmedida de besos fríos que dan.

Cuando mis ojos son lo único que aún respetaron estas bestias de mundos insanos, cuando aún pude ver qué puerta era la que abrían mis errores, apareció el castigo en espiral con dos sonrisas aviesas. La figura repetida de aquel caballero asqueado, somnoliento, de mi silueta sin contenido, atravesaba años atrás y luego años adelante la única misión que me fue encomendada, engendrar, engendrarme todas las veces.

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