Advertencia para cualquier lector-reflector humano

La poesía no puede ser tu piedra angular
la poesía no podrá ser siquiera un poco de arena
la poesía quema o destruye la sangre cauta
la corrompida sangre la vuelve tinta
pintando con nuestra vida las hojas en blanco.
Por eso el miedo acecha mi cuerpo,
por eso mi teclado es la espada de Damocles
Así concibo los labios definitivos y rosas
de mis manos, de las caricias como espadas.
Así, brevemente, Reflector Humano
oía como me dictabas un deseo.

Bienvenida/o

denguecortos@hotmail.com

martes, 17 de febrero de 2009

El Tragaluz


La ausencia del candil que robaste esa misma mañana de la pared derecha, allá donde tu padre lo clavó cuando te diste cuenta un día que a los 19 años poco se entiende de paredes y de sombras impuestas, impregnó la pared de la humedad propia de los ojos de tus mayores cuando te despidieron para ir por recambios para la bicicleta.

Recordaste el día que tu madre apareció sin más en uno de aquellos pisos buscando el oxígeno que tú la quitabas y que no estaba sola. La puerta de tu habitación de la pensión que frecuentabas para ejercer la prostitución tenía una mirilla donde veías a eso de las tres y media de la tarde a tu madre mirando aquel tragaluz que había para subir a ajustar la antena de la comunidad.

Tu madre salió de casa cuando fue a comprarte la bicicleta que te prometió hacía ya diez años y tu padre buscó el amparo ahogándose en una botella descorchada de un champán rancio que luego abandonó por un pozo a las afueras del pueblo.

Vivía tu madre debajo de aquella amarillenta imprecación solar que la proveía de una cierta dignidad. Tu madre dormitaba cuando salías al pasillo a buscar clientes y si se desvelaba andabas a saltitos hasta la oscuridad de la esquina.

Un día tu madre apareció con un pequeño pañuelo ocultando lo que hacía debajo de las faldas, supuestamente agujereada. Tu madre se masturbaba mirando el tragaluz y escuchándote como follabas con todos los señores que cordialmente la saludaban antes de partir a tus labios. Aquel día, posiblemente el tercero desde que te diste cuenta de aquella horrible casualidad, mientras tu madre echaba su cabezada como de costumbre sentada en la silla de enea en ese lúbrico pasillo, hiciste un ademán de agarrarla del cuello pero en vez de eso debiste morir en tu habitación no hace muchos días. Tu madre llevaba en esa fecha aproximadamente dos días muerta.

Dejaron la silla colocada en la pared debajo de aquel chorro caliente de luz y yo me senté. Supe la verdad, tu madre había huido mentalmente por enésima vez, ahora por el tragaluz dichoso, jodiéndote de veras, sin haber dicho ni mu, dejando su cuerpo como la censura que nos corta la vida a tijeretazos, la muy... Luego, ante la incomodidad de saberme desprotegido, bajé al portal a colocar un cartel que decía que ya no se recibían visitas en el 3º B.