
...bien, te dije que crecí como una uña cadavérica, amando la putrefacta hermosura del paso del tiempo envolviendo los cuerpos. Y aún así tú creíste que las sábanas que te arropaban cada noche, mujer lapislázuli, eran mortajas de luciérnagas en flor.
Si te dije aquello, niña vencida, es porque tu silencio cortaba en una baraja las cartas del bien y del mal y lo único que sabía hacer por ti era respirarte...te respiraba...te respiraba tu antiguo oxígeno que no sé si entraba entre tus pulmones a diez metros de ti o entre tus dedos pendulares sobre este mesa-carrusel.
No recuerdo si tu gesto emulaba la amplia sonrisa de la cremallera que iba subiendo hasta envolverte en un sueño por soñar o si creía, como el más falso de los ciegos, en tu tatuaje, únicas palabras que me dirigiste: "Intensa vida de un año bisiesto" (cara anterior del brazo derecho)
Temblé, mancha lapislázuli, al quitarte la etiqueta del dedo pulgar de tu pie, falsificando el acta de defunción, dando cuerda al despertador, deseando, deseando...deseando profundamente que hubieras recogido tus objetos personales y corrieras a pulirte tus 24 horas anónimas que te dejó a deber la vida.
A los fantasmas de la adolescencia...