Advertencia para cualquier lector-reflector humano

La poesía no puede ser tu piedra angular
la poesía no podrá ser siquiera un poco de arena
la poesía quema o destruye la sangre cauta
la corrompida sangre la vuelve tinta
pintando con nuestra vida las hojas en blanco.
Por eso el miedo acecha mi cuerpo,
por eso mi teclado es la espada de Damocles
Así concibo los labios definitivos y rosas
de mis manos, de las caricias como espadas.
Así, brevemente, Reflector Humano
oía como me dictabas un deseo.

Bienvenida/o

denguecortos@hotmail.com

lunes, 14 de julio de 2008

Deconstrucción a base de monomios

A veces siento un metro destrozándome la columna. Y se apean las sensaciones grises oscuras que van conformando las huellas, marcas de tu visita.

Si me siento como un cadáver, como un yonqui que se pierde entre vapores chabolistas, con un color tenue de vida es porque fugaz, inquieta, una sombra me devuelve el espejismo de Edgar Alan Poe. Círculos concéntricos son los segundos precipitados a un cubo con un tortuga que marca las once y media. La hora fatídica marca las doce en punto en tu coño.

Después de esa hora y cuando aún no me he repuesto de la desesperanza de sentir la uretra completamente exiliada, llegan de nuevo tus ojos y luego viene todo el resto de ti o de mí, indistinguibles.

Siempre el suelo es conductor de un deseo que no es de nadie ni de nosotros, ni del termómetro asfixiado en rojo, aunque remonte toda la historia de tus sábanas y necesite apropiárselas.

Ubicuidad del cincuenta por ciento de mis hijos que fecunda cada gota de sudor de los cuadros incrustados en los pinceles.

Eternidad de mierda, la que respira una foto con un tacón clavado en el centro. Sangra, sangra el instante. Despedido de tus pies adquirió, antes del asesinato, la obsesión del boomerang y lo despisté en el último momento gritando mis horas muertas.

Echo de menos el desierto, el que me hacía trasnochar al raso entre los plafones de mi infancia, en el que se perdieron casi todas las tristes manos deshechas por la lluvia del niño de la piel muerta.

Echo de menos aquella triste felicidad de mi abuela, de mi casa, de mi mundo escondido. Y porque la echo de menos no dejaría más que se posase entre mi ceño, afeado de tanto fruncirse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y fenecimos de nuevo, aún más vivos que nunca, gozando de la felicidad que nos dieron los hijos muertos, teñidos del azul de mis pinturas, de tu vida albina, esa que me regalas tan generosamente...aún con el dolor que nos recorre las entrañas en cada vida o muerte, buscada o no