
En mi pueblo cada noche, cada madrugada se escuchaban los pasos acelerados de los fantasmas que bajaban las calles empedradas en busca del cariño que se les negaba durante el día.
Desde siempre se asustó a los niños con que tuvieran precaución a ciertas horas por las calles del pueblo. O por la mañana se oían comentarios de las visiones espectrales de estas figuras. "Anoche hubo una marimanta por la calle Arrabal". Y todos quedábamos, al instante, petrificados por el terror.
Las marimantas utilizaban sábanas viejas para ocultar el amor prohibido, siempre en mi pueblo el amor adúltero fue así, o el amor entre mayores, un castigo, casi como el sambenito que colgaban a los condenados por la Inquisición. Y es ahí, en el amor prófugo donde encontrarían estas gentes un entretenimiento penoso, acumulando sus pasiones debajo de una vergüenza hecha jirones y auspiciados por una leyenda inmarcesible.
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