
refleja el inframundo
volcánico, duro
que se ampara
en una cama silenciosa.
en una cama silenciosa.
La Luna paciente
decrece en las pestañas
de unos ojos abandonados.
Y nunca
nunca, o siempre
inflándome de pudor
mientras tú
lúbrica, estallas.
Invento
imágenes o heridas
de un sólo ojo punzado.
O bien pudiera
abrir los pechos
de un salto largo.
Las distancias
entre varias lunas
o lunares de tu cuerpo
o lunares de ningún cuerpo
son terribles sin pieles
circunspectas.
Ni trenes concéntricos
que lleguen antes de partir
sin trenes, sólo carabelas blancas.
Y dirás de nuevo lo infinitesimal
y yo acabaré sentado en una regla
mientras mueren, bien muertos
los centímetros que llegan
que llegan y muerden
nuestros labios.
La Luna de Valencia se muere
¡qué se muere!
y su rojiza melancolía
añade un monte más a mi pecho,
te incendia y luego llega otro
cuadruplicados como reflejos.
Voluntad que cede tu Luna
justo en tu cintura o en tu coño
mientras tu cuerpo cierra salvaje
y echas la sábana como una cortina.
Tú, Luna de Valencia plena
sonrisa congelada
herida universal
canción de niños
que sana, que no sana.
Escrito mientras encontraba esta tarde una noche empezada.
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