
Hay viajes que son una vuelta a unos orígenes insospechados. Hay viajes largos que duran más allá de los recuerdos. Los hay que se desarrollan en el mundo de los deseos y que acaban justamente debajo de nuestra cama.
Hay viajes que siembran la tierra de oportunidades y otros que secan las ramas con las ausencias. Los hay duros como cuando dejas a alguien en el andén y no te vuelves, y suaves como el gato que se baña en el tejado de la calle de Lasaucas.
Hay viajes que nos recuerdan momentos perdidos y que el simple hecho de pasar por una estación, antaño tu estación, te oprimen como una esponja en malas manos.
Hay viajes simples, de una carretera o de una una sola manta, que se ubican casi al borde de nuestros ojos. Y otros complicados, con muchas señales y fronteras y tiempos por superar que nos ponen al límite e incluso nos hace insoportables cuando nos miramos a través del espejo retrovisor.
A veces cuando descubrimos el encantamiento, cuando llegamos a aquello que antes nos llamó para acudir en su busca, va y desaparece, se vuelve esquivo. Y no queremos darnos cuenta que así ha de ser siempre, inmarcesible, que nunca ocurra el desvelo.
He descubierto un rincón al lado de los Pirineos que he considerado mi pueblo durante unos días, he conversado con sus gentes y me he inflado con su mismo aire. He desgustado las calles sin una cáscara de pipa, he convivido en tres idiomas emulando la Córdoba de las tres culturas. Me he perdido en una brisa buscando el reflejo de las ventanas de los edificios de Art Nouveau que siempre buscaron el mar.
Tengo una morriña trágica de no estar allí. Supongo que ahora yo soy el cadáver exquisito que, gracias a Dalí, he visto en todas partes.
1 comentario:
Gracias por felicitarme de una manera tan original un día especial. Un besito y por que no también un achuchón.
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